Vacunas: escepticismo espurio *

 02 - 10 - 21 


La actualidad nos somete a tener que lidiar con personas en apariencia sensatas pero que descreen de las evidencias más reconocibles y comprobables que provee la realidad. Algunos, con educación superior, aceptan las fábulas más fantásticas, informados por el noble y rebelde escepticismo. Los antivacunas conforman – lamentable paradoja – cuerpos notables de escépticos irredimibles.

El veterano periodista italiano Marco D’Eramo plantea en un artículo publicado por Sidecar – el blog de la revista New Left Review – que la credulidad antigua se sustentaba en que la compartían tanto la pirámide más alta de la sociedad como los más menesterosos entre los plebeyos. Los inquisidores creían que la brujería era verdadera y también unos cuantos de los mismos acusados de ejercerla. El mundo moderno, en cambio, ha parido una forma de superstición que se acepta en nombre de la desconfianza hacia el Estado y las instituciones que ejercen algún tipo de autoridad.

La nota de D’Eramo, titulada “Credulidad escéptica”, indica que no es anómala la suspicacia hacia las autoridades en lo que se atiene a vacunas. Baste recordar que la revista Scientific American lamentó el impacto de la falsa campaña de vacunación contra la hepatitis B organizada por la CIA en Paquistán para dar con el paradero de Bin Laden. Al cobrar estado público la maniobra, los paquistaníes boicotearon otras campañas, como una contra la polio. También se sabe hoy que entre 1949 y 1969 las fuerzas armadas de Estados Unidos condujeron en secreto 239 experimentos que introdujeron gérmenes patógenos en poblaciones desprevenidas, incluido uno en el subterráneo de Nueva York.

Con lo que el escepticismo aportó al conocimiento – el valor de desafiar la autoridad constituida en cualquiera de sus formas – aparecen ahora consecuencias impensadas que se desprenden del pensamiento escéptico. Una de estas consecuencias es la expansión y popularidad de la magia, cuyo concepto es más seductor y facilongo que el desierto de lo real, como diría el personaje Morfeo en la Matrix original de las hermanas Wachowski.

Para la mayoría de la gente la ciencia y la tecnología tienen cualidades mágicas. En la magia hay falta de balance entre el esfuerzo que uno pone en una acción y su resultado. D’Eramo da como ejemplo decir “Ábrete Sésamo”, que no requiere trabajo, pero es suficiente para mover la roca inmensa que bloquea la cueva de Alí Babá. No hay costo en recitar conjuros que permitan extraer oro de una piedra, volar en una escoba o mirar lo que pasa en algún sitio distante. Se aprieta un botón y la oscuridad desaparece; se oprime otro y se puede hablar a miles de kilómetros de distancia. ¿Cómo funcionan la luz artificial, los aviones, los vehículos, los radares?

Pareciera que para la entera civilización los asuntos científicos y tecnológicos equivaldrían a hechicerías y encantamientos ya que – para dar un caso – muy pocos saben cómo opera un teléfono. Ni que hablar de una computadora. D’Eramo chancea con la magia negra y la blanca: naturalmente, la primera sería la causante de las catástrofes ecológicas y de las guerras.

Sin embargo, la dimensión fantasiosa de la vida no deriva de que la humanidad es mantenida en ascuas acerca del funcionamiento de los objetos que la rodean. Lo concreto es que desde los años treinta del siglo pasado la búsqueda de las verdades naturales cambió sus mecanismos de articulación. La investigación alguna vez tuvo una cualidad artesanal. Hoy se ha transmutado en una industria monstruosa. La industria de búsqueda de verdades naturales está siendo financiada por gente que van desde políticos superficiales hasta CEOs que no entienden los proyectos que financian. En el presente ha evolucionado una relación invertida entre investigadores y donantes; los primeros actúan como los vendedores y propagandistas de antaño: hacen promesas incumplibles.

D’Eramo afirma: “Luego de la bomba atómica los físicos la tuvieron fácil; son capaces de charlatanear sobre armas extravagantes – cuyos prototipos no pueden escabullirse del reino de maravillas de la guerra de las galaxias – a funcionarios estatales dispuestos a recortar las jubilaciones de los ciudadanos para financiar proyectos de este tipo. Por décadas la NASA ha tratado de comerciar el cosmos, instigando la creencia de que una colonia en Marte es posible (un absurdo absoluto en el estado actual de la tecnología). La agencia espacial asegura que con fondos frescos se esmeraría en la elaboración de un escudo para protegernos de algún asteroide al garete que pudiese colisionar contra nuestro planeta”.

Lo anterior resulta en que cada vez se torna más difícil distinguir entre ciencia y pseudociencia, o entre científicos y vendedores. Esto sucede porque los científicos imitan demasiado a los vendedores. Pero también por la proliferación de científicos heterodoxos. Tales personajes cuentan con las necesarias acreditaciones científicas: uno o más doctorados, publicaciones en revistas académicas de renombre, membresía en asociaciones y facultades ilustres del circuito universitario. Sin embargo, estos heterodoxos culminan en los márgenes de la comunidad científica y algunos hasta alcanzan la excomunión. Fue lo que ocurrió con Andrew Wakefield quien denunció que el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades – una agencia del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos – ocultó el vínculo entre las vacunas MNR (siglas en inglés por sarampión, paperas y rubeola) y el autismo. La tesis de Wakefield, un destacado cirujano, se presentó originalmente en la prestigiosa revista The Lancet. El artículo fue luego desautorizado y su autor expulsado de la profesión por fraude científico. Desde entonces, Wakefield se ha convertido en un activista antivacunas. Algo parecido ocurrió con Judy Mikovits – doctorada en bioquímica, autora de artículos para la revista Science, también acusada de prácticas fraudulentas. Ella es protagonista de dos documentales de 2020 que adhieren a teorías de la conspiración.

Estos parias de la comunidad científica se presentan como los nuevos copernicanos enfrentados a la ortodoxia ptolomeica. Son maestros en el arte de los formalismos de la investigación científica: bibliografías, diagramas, cuadros, tablas, referencias y notas al pie. Debido a estos recursos se entiende por qué los pseudocientíficos resultan convincentes para el común de los mortales que solo observan desde afuera la comercialización del complejo científico mediático vigente.

D’Eramo señala que es el gran parecido entre ciencia y pseudociencia – particularmente en la relación con la financiación y, desde luego, el marketing – constituye el meollo de las dificultades para poder razonar con los antivacunas. También da pistas de por qué parece casi imposible derribar la barrera comunicativa con los neo escépticos sin que se lleven a cabo profundas reformas en la educación pública. Esta última, en su forma actual, es responsable por nuestro estado actual de analfabetismo científico, tecnológico y matemático en un mundo cada vez más científico, tecnológico, matemático y digital.

El artículo concluye con una anécdota del autor: “Recientemente en un gran mercado romano oí que un hombre y una mujer mayores conversaban en voz alta desde los distintos puestos de verduras en que se encontraban. El hombre era un antivacunas que argumentaba que las del Covid-19 eran peligrosas y experimentales. ‘Por favor,’ le contestó la dama. ‘Ustedes aceptaron de buena gana el Viagra sin tener la más remota idea qué contenían esas píldoras y menos si eran experimentales y peligrosas.’”

Fuente:    “Sceptical Credulity” de Marco D’Eramo, 17 de septiembre de 2021; en “Ideas”, Sidecar.

* Publicado originalmente el 21 de septiembre de 2021 en el medio digital La Quinta Pata. 

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