Turco


 Turco

Pablo Perantuono y Fernando Soriano

Buenos Aires, Planeta, 621 págs.

2024

A los lectores de Asís les pasa que los atrae y aleja, los entusiasma y harta, los ilusiona y decepciona – iba a usar “traiciona” pero la traición es su tema. Revelaría complacencia (la tengo y me pregunto qué hacer con ella; acaso resalte un quebrantamiento de vaya a saber qué fidelidad). El Turco se refocilaría si se entera que sus incondicionales se sienten traicionados. Se puede deducir liviandad en su empleo de “traición” porque se desentiende de la ofensa que entraña. Asís la trata como un juego entre políticos relevantes que requiere destreza – y algo de caballerosidad – para que su práctica tramite éxito. Hay una reseña en este sitio cuyo título se lo debo, “Una traición en este oficio no se le niega a nadie”.

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En otra ocasión festejé su humor que según un fantasioso mito progresista es mérito escaso entre escribas de derecha. Como la derecha menemista – que no tiene escritores ni lectores (426) – y de la que Asís fue partícipe jactancioso: tiempos aquellos tan glamorosos como epidérmicos. Pero según se vea, sus fechorías más perniciosas no suceden durante el menemismo sino en su cruzada antikirchnerista – “la pasión recaudatoria” – que recién modera a partir de la presidencia de Mauricio Macri. Sus declaraciones aun irritan, aunque el carisma de su veteranía las torna llevaderas. El tiempo ha enseñado a tolerarlo cuando – cada vez menos – se le escapan enormidades. El presente me anima a una reconciliación quedita después de más de cincuenta años de irregular contigüidad. Sin exagerar y a la distancia porque por supuesto solo conozco su personalidad literaria y sus intervenciones públicas.


                                          
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Al joven Asís de estos autores, “el azar, la intuición y la curiosidad”, lo colocan frente a un libro (La conquista de la felicidad de Bertrand Russell [24]), que lo induce a lecturas voraces, a menudo tardías. No hay biblioteca en casa, pero quiere saber. Se topa con Humberto Costantini, Mario Benedetti y el Vargas Llosa de La ciudad y los perros  (1963). Lo que le falta de cultura letrada lo aporta el pálpito. Se hace amigo de Haroldo Conti y por aproximaciones distintas a la literatura y alguna infidencia, enemigo de su compañero de taller literario, Marcelo Cohen (48 – 49). La imagen de Asís revela un avispado querible, con una petulancia infrecuente en la traza típica del pícaro clásico. El libro indica que en su juventud conviven variados intereses: las mujeres, vestirse bien, huir de Villa Domínico, el acceso a lujos, la astrología, el zodíaco chino y las peripecias de la política, entre otros.

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Turco me lleva a reconsiderar asuntos que antes me pasaron desapercibidos. Su blog, por ejemplo. Recuerdo haber pensado que lo lanzó por la reticencia de los medios a publicarlo. Habrá dicho, “me largo solo”. Los blogs, salvo el batacazo de un post o el hallazgo de un equívoco talento descubierto por un peregrino de las redes, no dan réditos fuera de lo simbólico. Los autores apuntan que el blog nace como potencial rebusque para hacerse unos mangos en los tiempos de las vacas flacas por su conflicto con Clarín, y aún bastante después. Pero existen patrocinadores dispuestos a bancarlo, que lo hacen gustosos con nombre y apellido (544); Asís le cuenta a la Revista Ñ que una vez consolidado, el blog tiene “…12.000 suscriptores, (…) periodistas, asesores, empresarios, comunicadores” (502).


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El estilo acompasado se nota nítido en el blog. Recuerda las cadencias de las ficciones de después del 2000 (las narraciones de Los reventados [1974] y Flores robadas de los jardines de Quilmes [1980] son otra cosa, definitivamente). Aun cuando recurre a los alter egos Oberdán Rocamora y Carolina Mantegari, es el Asís narrador conocido quien enuncia, alude, envía señales y lanza especulaciones que con frecuencia despistan. Las especulaciones – encomiásticas o dañosas – son producto de su ingenio, sus contactos, la calle. Pueden tener rango de operetas cotizables en el mercado de los sucesos cotidianos. Su chispa, desde luego, esquiva – meneándolo – el estereotipo antipolítico. Hay que leer con cautela para ver si se adivina el tráfico de auspiciadores, voluntarios o forzados. Lo que se presume, si damos fe a las insinuaciones de Perantuono y Soriano, es que el blog no solo informa sino que – por ahí – extorsiona. Ojo, con piezas literarias.

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En una reunión en enero de 2025 un amigo ex librero que murió un mes después, me preguntó para qué leer una biografía de Asís. Este amigo, que subvaloraba al Turco, después me confesó con cara de pillo que habría aceptado sin reservas una embajada en París o Lisboa si el menemismo se la hubiera ofrecido.

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Entre los que subvaloran al Turco están, por un lado, quienes no olvidan la deslealtad a una presunta izquierda de su juventud y su posterior condición ufana de escritor neoliberal. Por otro, los elitistas; los munidos de escrúpulos avant-garde, espejo de artistas y críticos culturales que le cuestionan sus aptitudes estéticas. Entre los narradores, César Aira, Borges (247) y algunos más (Piglia [95], Saer [350]), raramente aluden a sus libros; prefieren fustigar su estilo y acciones. Los críticos paladean obras “híperliterarias” y se relamen con cierta “literatura morosa”, dice Josefina Ludmer. Perantuono y Soriano la citan cuando señalan la desconsideración a los no-vanguardistas tipo Gabriel García Márquez (471). Muy argentino el asunto. Docentes-emblema de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en las décadas 80 y 90 (186 y 471) han legado estas guías. A estos se suman los que en opinión de Asís “no venden un libro ni para las fiestas” (193). Es curioso que mientras al autor de 100 años de soledad  (1967) lo estudian y elogian autores como Fredric Jameson, Franco Moretti y la propia Ludmer, la hegemonía de la UBA e intelectuales de fuste le retacean méritos. Pero mejor no alimentar la fogata en esta actualidad complicada y recortadora de recursos a cualquier iniciativa que huela a universitaria, en especial si tiene que ver con letras o humanidades.

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No se lo asocia al Turco – en su madurez – a tertulias con colegas literatos. Él mismo revela su aislamiento: “Una de las peores cosas que me pasan es casi no tener con quién hablar de literatura en Argentina por cuestiones que tienen que ver con mi vida, mi pasado, mi presente” (461). El grueso de sus antiguos seguidores también lo abandona, se dispersa. Unas de las razones deben ser los cruces con Julio Cortázar (175 – 76) y Osvaldo Soriano (189 y 348), por mencionar solo un par; también debe pesar la elección de la gente que frecuenta: Alejandro Rozitchner (bien podría haber sido amigo de su padre) o el espía Tata Yofré, tipos de ese pelaje. Un gran amigo, todavía vivo, sugiere que no olvide entre las relaciones al cerril Jorge Fernández Díaz. Le llama cerril por su gorilismo; este amigo leyó Mamá (2002), del que le quedó poco. Jura, el muy exagerado, que no lo volverá a leer. Previene que sus columnas de La Nación lo constipan.

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Mientras sus ficciones naufragan por deserción de lectores – les debe todo; lo salvaron cuando la crítica lo marginó – en sus intervenciones prueba convertir sus personajes novelescos en los políticos que le regala la coyuntura. Sus receptores han mudado ahora en teleaudiencias. De la fauna política vienen sus neo-reventados, tahúres, buscas, lúmpenes. No importa el estatus antes de alcanzar la prominencia. Hay de todo: punteros del fondo del barril, flotadores consecuentes de segundas líneas o los que se creen o en verdad son tops, grandes valores del tango.

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Los autores afirman que varios escritores lo han bancado en diferentes etapas de su vida. Gente de valor agregado como Isidoro Blaistein, Abelardo Castillo, Tomás Eloy Martínez, Enrique Pezzoni, Rodolfo Fogwill, Daniel Guebel y la revista El Ojo Mocho. Perantuono y Soriano consultaron el reportaje que le hizo la revista y, consustanciados con el sujeto plebeyo de su investigación (Asís), deslizan sobre los entrevistadores elegantes sutilezas que si no son antiintelectuales, raspan:

Un buen número de preguntas son notablemente más largas que las respuestas del Turco, y funcionan como puertas de entrada para reflexiones agudas – a veces complejas, a veces humedecidas de una sobreinterpretación agobiante – sobre el sentido, la ambición y el lugar que ocupa la literatura del exvendedor callejero [Asís] … (474).


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Con el tiempo uno se pone escrupuloso y sin pudor ejerce la represión de las pequeñas distracciones ajenas. Encontré en falta alguna bibliografía, errores y detalles, que quizás se excusen en un libro de más de 600 páginas. Sorprende que optaran por Román Lejtman como fuente de la masacre de Ezeiza. Solo citar a este autor y su obra, Perón vuelve (2012), parece insuficiente. Se ha escrito mucho sobre el asunto y periodistas tan capaces como estos no tienen por qué indagar más allá de los intereses de su propia época, o biblioteca. Pero, es raro que no se interesasen en Ezeiza (1985) de Horacio Verbitsky o La voluntad  (1997 - 1998) de Anguita y Caparrós.

En la nota 19 (82 y 83) del apartado “La dolce vita” se habla de “cabecillas” de Montoneros; “cabecillas” sabe a lenguaje de servicios. Tal vez usan esa palabra por influencia de la fuente.

Cuando citan Almirante Cero (1992) – en vez de Almirante escriben Comandante – de Claudio Uriarte, repiten su yerro sobre el asesinato de Conti, “…horas después [del secuestro] murió en la ESMA” (103); Conti no murió horas después ni en la ESMA.

Excepto estos descuidos y otros menores, la obra es atractiva. Se reconoce la labor de pesquisa para encarar el trabajo. Los autores han publicado y están activos en el oficio, aunque no los conocía. A Perantuono, después de Turco, le leí un reportaje a Jorge Valdano en el que describe un gol a Italia en el mundial ’86. La cita es larga y no se relaciona con Turco pero vale la pena pinchar aquí y sopesar la tela del escriba.



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Si bien la actualidad se ha puesto acuciante como para dedicar tiempo a voluminosas biografías – como insinuaba el amigo que murió y no congraciaba con Asís – leer este texto es tiempo bien empleado. Resulta un acierto mostrar que el Turco no entromete demasiado el sesgo ideológico para la chacota que hace con la descripción y apodos de sus personajes. Exhibe nobleza con los que pierden y es discreto en la promoción de sus aventuras de alcoba. Solo a veces se emociona, como cuando recuerda a Conti. Será que solloza más por viejo que por diablo. Fuera de las astucias y esa alocada desdiferenciación[i] (Ludmer, de nuevo) que propone y tanto mortifica a antiguos lectores como yo, por fin uno se aviene a ponderar la languidez que le han donado los años. Por acá se verá de continuar leyendo lo que escriba y lo que se escriba sobre él. Si es que no hace que la sangre vuelva a alcanzar el punto de ebullición; ya no creo…

HD

hugodemarinis@guardaconellibro.com

 



[i] Ludmer: La desdisferenciación, “borra fronteras entre realidad y ficción, entre ensayo y relato, entre fascismo y comunismo, entre literatura y política (…) siempre desdiferencia algo que no debe ser desdiferenciado”, cuestión que lo convierte en maldito…

 

 

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