Turco
Turco
Pablo
Perantuono y Fernando Soriano
Buenos
Aires, Planeta, 621 págs.
A los lectores de Asís les pasa que los atrae
y aleja, los
entusiasma y harta, los ilusiona y decepciona – iba a usar “traiciona” pero la traición es su tema. Revelaría complacencia (la
tengo y me pregunto qué hacer con ella; acaso resalte un quebrantamiento de vaya
a saber qué fidelidad). El Turco se refocilaría si se entera que sus incondicionales
se sienten traicionados. Se puede deducir liviandad en su empleo
de “traición” porque se desentiende de la ofensa que entraña. Asís la trata
como un juego entre políticos relevantes que requiere destreza – y algo de
caballerosidad – para que su práctica tramite éxito. Hay una reseña en este
sitio cuyo título se lo debo, “Una
traición en este oficio no se le niega a nadie”.
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Al joven Asís de estos
autores, “el azar, la intuición y la curiosidad”, lo colocan frente a un
libro (La conquista de la felicidad de Bertrand
Russell [24]), que lo induce a lecturas
voraces, a menudo tardías. No hay biblioteca en casa, pero quiere saber. Se
topa con Humberto Costantini,
Mario Benedetti
y el Vargas Llosa
de La ciudad y los perros  (1963). Lo que le falta de cultura letrada lo aporta el
pálpito. Se hace amigo de Haroldo Conti
y por aproximaciones distintas a la literatura y alguna infidencia, enemigo de
su compañero de taller literario, Marcelo Cohen (48
– 49). La imagen de Asís revela un avispado querible, con
una petulancia infrecuente en la traza típica del pícaro clásico. El libro indica
que en su juventud conviven variados intereses: las mujeres, vestirse bien,
huir de Villa Domínico, el acceso a lujos, la astrología, el zodíaco chino y las
peripecias de la política, entre otros.
***
Turco me lleva a reconsiderar asuntos
que antes me pasaron desapercibidos. Su blog, por ejemplo. Recuerdo
haber pensado que lo lanzó por la reticencia de los medios a publicarlo. Habrá
dicho, “me largo solo”. Los blogs, salvo el batacazo de un post o el hallazgo
de un equívoco talento descubierto por un peregrino de las redes, no dan
réditos fuera de lo simbólico. Los autores apuntan que el blog nace como potencial
rebusque para hacerse unos mangos en los tiempos de las vacas flacas por su conflicto con Clarín, y
aún bastante después. Pero existen patrocinadores dispuestos a bancarlo, que lo
hacen gustosos con nombre y apellido (544); Asís le cuenta a la Revista Ñ que
una vez consolidado, el blog tiene “…12.000 suscriptores, (…) periodistas,
asesores, empresarios, comunicadores” (502).
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El estilo acompasado se nota nítido en el blog. Recuerda las
cadencias de las ficciones de después del 2000 (las narraciones de Los
reventados [1974] y Flores robadas de los jardines de Quilmes [1980]
son otra cosa, definitivamente). Aun cuando recurre a los alter egos Oberdán
Rocamora y Carolina
Mantegari, es el Asís narrador conocido quien enuncia, alude, envía
señales y lanza especulaciones que con frecuencia despistan. Las especulaciones
– encomiásticas o dañosas – son producto de su ingenio, sus contactos, la calle.
Pueden tener rango de operetas cotizables en el mercado de los sucesos cotidianos.
Su chispa, desde luego, esquiva – meneándolo – el estereotipo antipolítico. Hay
que leer con cautela para ver si se adivina el tráfico de auspiciadores, voluntarios
o forzados. Lo que se presume, si damos fe a las insinuaciones de Perantuono y
Soriano, es que el blog no solo informa sino que – por ahí – extorsiona. Ojo, con
piezas literarias.
***
En una reunión en enero de 2025 un amigo ex
librero que
murió un mes después, me preguntó para qué leer una
biografía de Asís. Este amigo, que subvaloraba al Turco, después me confesó con
cara de pillo que habría aceptado sin reservas una embajada en París o Lisboa si
el menemismo se
la hubiera ofrecido. 
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Entre los que subvaloran al Turco están, por un lado, quienes
no olvidan la deslealtad a una presunta izquierda de su juventud y su posterior
condición ufana de escritor neoliberal. Por otro, los elitistas; los munidos de
escrúpulos avant-garde, espejo de artistas y críticos culturales que le cuestionan
sus aptitudes estéticas. Entre los narradores, César
Aira, Borges (247)
y algunos más (Piglia [95],
Saer [350]),
raramente aluden a sus libros; prefieren fustigar su estilo y acciones. Los
críticos paladean obras “híperliterarias” y se relamen con cierta “literatura
morosa”, dice Josefina
Ludmer. Perantuono y Soriano la citan cuando señalan la
desconsideración a los no-vanguardistas tipo Gabriel
García Márquez (471). Muy argentino el asunto. Docentes-emblema
de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en
las décadas 80 y 90 (186 y 471) han legado estas guías. A estos se suman los que
en opinión de Asís “no venden un libro ni para las fiestas” (193). Es curioso
que mientras al autor de 100 años de soledad  (1967) lo estudian y elogian autores como Fredric
Jameson, Franco
Moretti y la propia Ludmer, la hegemonía de la UBA e intelectuales
de fuste le retacean méritos. Pero mejor no alimentar la fogata en esta
actualidad complicada y recortadora de recursos a cualquier iniciativa que
huela a universitaria, en especial si tiene que ver con letras o humanidades.
***
No se lo asocia al Turco – en su madurez – a tertulias con colegas literatos. Él mismo revela su aislamiento: “Una de las peores cosas que me pasan es casi no tener con quién hablar de literatura en Argentina por cuestiones que tienen que ver con mi vida, mi pasado, mi presente” (461). El grueso de sus antiguos seguidores también lo abandona, se dispersa. Unas de las razones deben ser los cruces con Julio Cortázar (175 – 76) y Osvaldo Soriano (189 y 348), por mencionar solo un par; también debe pesar la elección de la gente que frecuenta: Alejandro Rozitchner (bien podría haber sido amigo de su padre) o el espía Tata Yofré, tipos de ese pelaje. Un gran amigo, todavía vivo, sugiere que no olvide entre las relaciones al cerril Jorge Fernández Díaz. Le llama cerril por su gorilismo; este amigo leyó Mamá (2002), del que le quedó poco. Jura, el muy exagerado, que no lo volverá a leer. Previene que sus columnas de La Nación lo constipan.
***
Mientras sus ficciones naufragan por deserción de
lectores – les debe todo; lo salvaron cuando la crítica lo marginó – en sus
intervenciones prueba convertir sus personajes novelescos en los políticos que
le regala la coyuntura. Sus receptores han mudado ahora en teleaudiencias. De la
fauna política vienen sus neo-reventados, tahúres, buscas, lúmpenes. No importa
el estatus antes de alcanzar la prominencia. Hay de todo: punteros del fondo
del barril, flotadores consecuentes de segundas líneas o los que se creen o en
verdad son tops, grandes valores del tango.
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Los autores afirman que varios escritores lo han bancado
en diferentes etapas de su vida. Gente de valor agregado como Isidoro
Blaistein, Abelardo
Castillo, Tomás
Eloy Martínez, Enrique
Pezzoni, Rodolfo
Fogwill, Daniel
Guebel y la revista El Ojo Mocho. Perantuono
y Soriano consultaron el reportaje que le hizo la revista y, consustanciados
con el sujeto plebeyo de su investigación (Asís), deslizan sobre los entrevistadores
elegantes sutilezas que si no son antiintelectuales, raspan: 
Un buen número de preguntas
son notablemente más largas que las respuestas del Turco, y funcionan como
puertas de entrada para reflexiones agudas – a veces complejas, a veces
humedecidas de una sobreinterpretación agobiante – sobre el sentido, la
ambición y el lugar que ocupa la literatura del exvendedor callejero [Asís]
… (474). 
***
Con el tiempo uno se pone escrupuloso y sin
pudor ejerce la represión de las pequeñas distracciones ajenas. Encontré
en falta alguna bibliografía, errores y detalles, que quizás se excusen en un
libro de más de 600 páginas. Sorprende que optaran por Román Lejtman como
fuente de la masacre de Ezeiza. Solo citar a este autor y su obra, Perón
vuelve (2012), parece insuficiente. Se ha escrito mucho sobre el asunto y
periodistas tan capaces como estos no tienen por qué indagar más allá de los
intereses de su propia época, o biblioteca. Pero, es raro que no se interesasen
en Ezeiza (1985) de Horacio Verbitsky o La voluntad  (1997 - 1998) de Anguita y Caparrós. 
En la nota 19 (82 y 83) del apartado “La dolce vita” se
habla de “cabecillas” de Montoneros; “cabecillas” sabe a lenguaje de servicios.
Tal vez usan esa palabra por influencia de la fuente. 
Cuando citan Almirante Cero (1992) – en vez de
Almirante escriben Comandante – de Claudio Uriarte, repiten su yerro sobre el asesinato
de Conti, “…horas después [del secuestro] murió en la ESMA” (103);
Conti no murió horas después ni en la ESMA. 
Excepto estos descuidos y otros menores, la obra es
atractiva. Se reconoce la labor de pesquisa para encarar el trabajo. Los
autores han publicado y están activos en el oficio, aunque no los conocía. A
Perantuono, después de Turco, le leí un reportaje a Jorge Valdano en
el que describe un gol a Italia en el mundial ’86. La cita es larga y no se
relaciona con Turco pero vale
la pena pinchar aquí y sopesar la tela del escriba.
***
Si bien la actualidad se ha
puesto acuciante como para dedicar tiempo a voluminosas biografías – como insinuaba
el amigo que murió y no congraciaba con Asís – leer este texto es tiempo bien
empleado. Resulta un acierto mostrar que el Turco no entromete demasiado el
sesgo ideológico para la chacota que hace con la descripción y apodos de sus
personajes. Exhibe nobleza con los que pierden y es discreto en la promoción de
sus aventuras de alcoba. Solo a veces se emociona,
como cuando recuerda a Conti.
Será que solloza más por viejo que por diablo. Fuera de las astucias y esa
alocada desdiferenciación[i] (Ludmer,
de nuevo) que propone y tanto mortifica a antiguos lectores como yo, por fin uno
se aviene a ponderar la languidez que le han donado los años. Por acá se verá
de continuar leyendo lo que escriba y lo que se escriba sobre él. Si es que no
hace que la sangre vuelva a alcanzar el punto de ebullición; ya no creo…
HD
hugodemarinis@guardaconellibro.com






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