Lo grande en lo pequeño

 

He aquí fragmentos que por diversos motivos quedaron fuera del artículo Continuar la lectura en sueños, publicado en simultáneo en el sitio principal y en este blog el 4 de mayo pasado.

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Sapiencia presocrática

Lo grande en lo pequeño tiene sentido si suponemos que el artista es capaz de una pieza, si bien menuda, meritoria. Forn es capaz. Intentaremos seguir el consejo presocrático del título, sonsacado de uno de los relatos de Yo recordaré por ustedes. Trataremos de ser económicos y ojalá sustanciosos.

Forn y los otros

Cuando tropezábamos con él en las contratapas del Página sabíamos que no era como los demás del diario, que no tenían ni tienen nada de malo, aunque apreciábamos la diferencia. Los otros desplegaban competencia; cada uno brillaba con lo suyo. Forn era especial. (Escribí en la nota anterior algo similar a lo que sigue:) a cada relato, como un chocolate, dejárselo en la boca hasta que se disuelva. Por caso, uno en el que se refiere a Elias Canetti (1905 – 1994) (“El corazón perdido de las cosas”, 192 – 196).

Cajas chinas

Prestarle toda la atención para que no se fugue el deleite del sentido. Armarse de curiosidad para interrogar la inspiración de las tramas exóticas, lejanas, laterales y minuciosas inspiradas en vaya a saber qué arcano. Adivinarle posesión de enciclopedias en varios idiomas; revistas antiguas; sus frecuencias a librerías de viejo. Admirarle la habilidad del que apela a la digresión de las cajas chinas y cincela miniaturas que sin esconderlos acarician los desengaños y aberraciones de la existencia.

Odio fino

La historias nacidas de la desconfianza y animadversión por el comunismo real, no dejan de conmover pero no alcanzan a provocar el estupor de las historias de otras plumas sobre la represión fascista. La de Anna Ajmátova (1889 – 1966), una bella historia alumbrada por un odio fino (“El arte de tejer calceta”, 108 – 113).

Finales

No se pueden objetar las creaciones y decir que no placen unos pocos de los finales de las contratapas en los que las últimas líneas morigeran la potencia del relato (“El Buda de los buitres”, 414 – 419). A veces Forn mete una primera persona advenediza que opina en directo cuando la enunciación va por otro carril (“Algo con alas”, 266 – 270). Es ejercicio necio y arrogante cuestionar esas decisiones. Para qué si no me puede hacer caso y si pudiera no me lo haría. Primero porque se murió; segundo, porque es obvio que entre él y yo no hay ni hubo la más mínima posibilidad de simetrías; tercero porque no solo no fuimos amigos sino que no tuvo la más mínima pista de mi existencia. Cuarto, cómo me atrevo si a mí quién me conoce. Y sin embargo lo dije.

HD

hugodemarinis@guardaconellibro.com  

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