Saberes y memorias: aventuras confianzudas de un lector de Forster

por Hugo De Marinis
15 – 05 – 2020
Huellas que regresan
Ricardo Forster
Buenos Aires: Akal / Inter Pares, 2018
478 págs

Prodesse et delectare”

Cercano a la premisa horaciana de entretener y enseñar, este es un libro con un perceptible lateral intimista. El lector tiene el privilegio de acceder a fragmentos cotidianos del desenvolvimiento intelectual de un autor que por lo común lidia con disquisiciones filosófico-políticas y se enfrasca en análisis filosos de tópicos contemporáneos. Recomiendo alzar las antenas para situarse a la altura del escrito. Esto, pese a que el destinatario del trabajo no sea el especialista. El texto está por encima de una divulgación; se complementa con serviciales intimidades. Discurriré no sobre las identificaciones, acuerdos y la enorme didáctica que la obra representó para mí, si no sobre puntos sumarios que encabritaron mi entendimiento y me animaron a opinar.

El volumen se divide en dos partes, la primera más exigente. El lector comprometido tiene que consultar con frecuencia sobre los autores nombrados y los temas de filosofía que no maneja al dedillo. Forster condimenta su erudición con autorreferencias picantes (al final esto es una memoria intelectual) que encienden los contenidos, de otra manera circunspectos. Para las consultas, gracias a Dios, está Google que auxilia cuando se hace agua.

Paréntesis

(Con comentarios como los del párrafo anterior cualquiera supondría que uno es neófito en lecturas. No es así. Leo, mal o bien, desde hace decenios y casi en el medio del sexto, me siento incómodo si prescindo de diccionarios, enciclopedias y textos de referencia. [También hay fallas de formación, admitamos, pero escondamos por ahora a este lector confianzudo y volvamos a Huellas que regresan])

Exponer sobre uno

La autorreferencia es una de las quejas más frecuentes de Forster respecto de las ofertas culturales actuales, principalmente en sus variantes audiovisuales. Sin embargo noté que para mostrarnos lecturas formativas y escritores favoritos (que no están en su mayoría dentro del ramo audiovisual), el escritor se autorreferencia a menudo. No entiendo a qué se refiere cuando protesta contra lo autorreferencial.

Iluminaciones

Un filósofo admirado en el libro es Walter Benjamin (1892 – 1940). “Para conocer una ciudad hay que aprender a perderse entre sus calles”, lo parafrasea varias veces Forster con intención de animar a explorar, aunque acaso inquiete. El recurso a este autor se aprecia igual que se recela, como su noción de historia (“pasarle el cepillo a contrapelo”) opuesta a cualquier tiempo cristalizado (págs. 390, 465 y otras). Pero dudo que esta apreciación se sostenga porque diversos intelectuales proclaman que Benjamin es fuente de sabiduría inagotable, aun en las citaciones más visitadas. Pensadores importantes serios y rigurosos lo invocan a mansalva. Lo que no quita que cuando se lee “Benjamin” uno piense, “lo citan a mansalva” y “¡ufa, otra vez!”

No termina (termino) nunca

Si bien la lectura de Huellas que regresan fue demorada (más de un mes), gracias al excedente de ocio concedido por el Covid 19, no decidí si leeré este libro de nuevo, tomando más tiempo todavía. Explico: en la primera parte, el énfasis (con autorreferencias y demás) es filosófico; vaga por la órbita conceptual sin eximir el catálogo de lecturas formativas antes de terminar, el autor, como profesional de la filosofía. Para mí, lector agraciado, esta parte fue aprendizaje y apropiación definitivos de conocimientos ya que será difícil que me aboque a enfrentar sin mediaciones a los escritores y filósofos sobre los que medita Forster. Su agencia fue impagable.

La segunda parte es una memoria más franca y, si salpicada de anécdotas ilustradas, también personal y de recorrido expedito. Por eso debí leer la primera parte primero como corresponde; después otras cosas, muchas otras cosas, y posteriormente – 2024 o 2025 – la segunda. De ese modo lo hubiese disfrutado más.

A veces los autores, a saber asediados por qué ansiedades, tienden a amontonar escritos de otro modo agradables, en mamotretos. No dejan nada para el próximo libro. Tampoco consideran estrecheces temporales del que lee y obras que le restan por acometer antes que la nada proceda a su funesta convocatoria. Eso no ocurre mucho acá, pero en oportunidades tanto material deviene indigesto. También hay ensamblaje de textos arrancados de otros libros o copias exactas de trabajos previos, despistes que envenenan a quienes anhelan novedades y no refritos. Me reventaba también cuando lo hacían David Viñas (1927 – 2011) o Guillermo Saccomanno (1948). Escritores distraídos que zampan repeticiones en letras de molde sin darse cuenta.

Setentismo

Me incomodó asimismo la insistencia en una alegada falta de amplitud cultural de los compañeros setentistas. Se reflexiona esa cultura como de horizontes acotados. Difícil contrariar tal mirada, pero ¿qué esperamos? Jóvenes e impulsivos, sí. Rígidos como quedan pintados por no apreciar como se debe a Thomas Mann (1875 – 1955), no me parece.

El texto les regala sensibilidad y entusiasmo, con lo que queda corto. La fuga de esa experiencia – sin denegarla, es cierto, y valorizando el sacrificio – se emparenta con una movida inconsciente, necesaria para insertarse en la sociedad en que se sobrevive. Por supuesto que la inserción es crítica en el grado que dé el cuero asumir. Pero no al extremo que se necesite prohibirnos por sediciosos, como sucedía antes, aunque en distintas circunstancias. Dice Forster del sistema: …ha logrado regular y dominar sus propios núcleos subversivos para volverlos materia prima de su propio e incansable expansionismo. (pág. 24). Quizás no se perciba que quienes sustentan lo que reza la cita participan del engranaje.Casi ningún setentista de los que pervive en el mundo político, intelectual, autoral o académico, con mayor o menor exposición, se privó de señalar falencias con distintos ímpetus y matices a quienes actuaron en aquel tiempo. Sin reclamar a nadie fidelidad a ninguna tradición, nos sobrevuela la curiosidad contrafáctica sobre las conductas y opiniones de intelectuales y tropa perecidos durante la dictadura, O la de los que se dispersaron en el anonimato a la espera de improbables nuevas clarinadas.

Descuidos

Decir lo que voy a decir en mi barrio le llamaban alcahuetería, pero igual lo digo. Me asombraron algunos extravíos de escritura que un autor avezado advertiría con facilidad. Es que ya no existen los correctores, lo que es una maldición para diarios y editoriales contemporáneos. Un exceso frecuente es la utilización de posesivos en lugar de complementos preposicionales (delante suyo → delante de él). No solo incurre en esto Forster sino otros tan sofisticados como él. Vaya a saber si esta gramática negligente en tiempos de viva la pepa en asuntos del lenguaje esté permitida o la hayan declarado correcta. No seguí los dictámenes de ninguna Academia últimamente, (Entonces, dejémoslo ahí, como hizo el papa Francisco cuando le preguntaron por la homosexualidad. [¿Quién es este hombre apegado a gramatiquerías para censurar en otros los usos liberales del idioma? ¿Cuántos errores comete quien ve paja en ojo ajeno? Sépaselo disculpar. A veces lo supera la soberanía inescrupulosa que ejerce en el acto de lectura.])

Naturaleza

La defensa del aire libre, el ámbito natural, el elogio al medio ambiente sano, etc., en las dos partes de esta obra resultan llamativos, aunque para nada fastidiosos como la indiferencia de la casa editorial (Akal / Inter Pares) respecto del trabajo fundamental del corrector de pruebas. Resulta conmovedor que el autor invoque la naturaleza como su lugar de reunión con los autores que distingue, a excepción de Hegel (1770 – 1831). La sensualidad irresistible de un saber inútil – y no lo digo en broma – que adquirí en la segunda parte del volumen fue enterarme del disgusto del autor de Filosofía del derecho (1821) con el paisaje de montaña (págs. 416, 424-425).

Pangloss

No recuerdo en qué panel o pasquín el iracundo Miguel Bonasso (1940) ironizaba, en sus escaramuzas fútiles contra el kirchnerismo, sobre la voz de Forster. Le adjudicaba sabor edulcorado, una de las incomprensibles demasías del ex director del diario setentista Noticias (1973 – 1974) para zaherir contrincantes.

La voz de Forster la encontré dulce, no edulcorada, y optimista. Eso sí: exigua en economía de recursos (adjetivos a rolete). Pero como opino de las disfunciones gramaticales anotadas arriba ¿por qué argüir sobre esto? Además, su locuacidad alberga joyitas de dos o tres elementos que rescatadas del fárrago que las contiene resultan útiles como títulos o epígrafes. Estas verbosidades no están escritas con agua chirle sino con tinta fina. Una de las razones por las que permanecí fiel a la lectura por más de un mes fue el estilo si bien suculento, no empalagoso que echa en cara Bonasso.

Por último: salvo las diatribas por los entumecimientos culturales setentistas y otras molestias que me causaron algunas afirmaciones (como la subestimación de trabajos de “digestión fácil”, de lo que tal vez me ocupe en una próxima reseña), fue reconfortante comprobar que Forster celebrase casi todo lo que leyó, que aludiese generosamente a sus queridos conocidos y a aquellos con quienes compartió vivencias. Entendí su optimismo como un panglossianismo moderado, aun sus meditaciones sobre los asuntos más execrables que acontecieron al género humano.

Ricardo Forster

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