Reivindicación de Sancho Panza


Antes nos indignó que se haya osado cotejar a Sergio Berni con Don Quijote. Ahora nos hiere el injurioso modo en que se recuerda al más célebre escudero. Hay una propensión, diríamos histórica, que toma a la ligera el buen nombre de Sancho Panza, ya no en gente respetable, informada y de buena fe sino en pensadores destacados que gozan de admiración pública.

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El cachaciento pero autorizado Diccionario de la Real Academia Española (Rae) se ocupa del nombre, apellido y derivados del entrañable personaje. En la entrada “sanchopancesco” apunta que es un adjetivo con dos acepciones. La primera no tiene casi problemas – “propio de Sancho Panza, escudero de don Quijote” (salvo que habría que especificar lo “propio de Sancho Panza”). La segunda subraya la interpretación literal – por no decir perezosa – de los que leyeron el Quijote sin atención:falto de idealidad, acomodaticio y socarrón”. Las tres descripciones son afrentosas y como mínimo discutibles. Por los mismos carriles marcha “pancismo”: “tendencia o actitud de quienes acomodan su comportamiento a lo que creen más conveniente y menos arriesgado para su provecho y tranquilidad”. El “pancismo” ni siquiera existe en la primera parte del Quijote – que es para Sancho aprendizaje de la caballería andante – donde el escudero rara vez se dedica solo a “su provecho y tranquilidad”.

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Hubo tiempos en que alguna crítica atribuyó a Sancho Panza ser el primer personaje con conciencia de clase en la historia de la novela moderna, precisamente en la primera novela moderna. La cultura que Sancho expone con su sabiduría popular en refranes y pragmatismo, su amistad y compasión por Don Quijote a quien sirve, defiende y auxilia, acreditan que muy interesado no era. Cuando alienta al Caballero de la Triste Figura al hallarse este en medio de la desesperanza se nota que entiende, mejor que su amo, el significado de amistad. El cuidado primoroso y la defensa de las cabalgaduras – el Rucio y Rocinante – como se lee en el capítulo XV de la primera parte (la aventura de los yangüeses) prueba que pese a sus reticencias orales no es cobarde. Esto se corrobora en Barataria donde gobierna como si fuera un discípulo aventajado de Maquiavelo. No es “socarrón” sino pícaro, que no es lo mismo, y si acomodaticio, uno bastante defectuoso porque en su vida de campesino no tiene otro remedio que medrar para sobrevivir. No le falta “idealidad” sino que es tan loco e idealista como su amo el ingenioso hidalgo, por supuesto, que desde una perspectiva propia.

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La mala prensa fundida en bronce, histórica y naturalizada de un personaje junto al que nos reímos hasta las lágrimas, no amerita esta fama, así como tampoco vale para Don Quijote una lectura precaria y literal. Flaco favor le ha endosado este legado a la hoy menguada literatura que donó para contento de la humanidad y por agencia del soñador y soñado Cervantes al cordial y querido, al noble escudero Sancho Panza.

HD

hugodemarinis@guardaconellibro.com

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