La verdad debe estar garantizada por la ficción *


Banco a la sombra
María Moreno
Buenos Aires, Penguin Random House, 2019
237 págs
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22 – 11 – 22

Cuando leí Black out (2016) anoté en mi cuadernito con vergonzante ingenuidad crítica que “esta mujer se escribió a sí misma y sin ningún pudor seleccionó una serie de enormidades de las que se presenta como figura central”. En las primeras páginas me excluí como reseñador porque imaginé a Moreno en el sitial de los escritores de culto, los que pertenecen a cofradías a las que lectores mundanos, por más voraces que se reclamen, no tienen acceso. No niego que me pareció una mezcla de excéntrico y cool el estilo, aunque quizá de modo precipitado desconfiaba de la manija que se le dio a esta novela y de la editorial pulpo que la publicó, principalmente por lo de pulpo.

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Sin detenerme a pensar que la selección de enormidades personales narradas fuese apócrifa – o no tan verdadera – encaré Oración (2018). Esta ficción me dejó perplejo. En el cuadernito tipo diario escribí que “la novela no es novela lisa y llana sino literatura de alto vuelo (?)” con ese signo de interrogación entre paréntesis y todo, que se pone por la remolona pero prestigiosa ambigüedad que simboliza no encontrar palabras ni tener la más peregrina idea para expresar lo que se quiere decir. No dije en el cuadernito que quizá la novela me sorprendió por el lado grato debido a la no-ficción de sus temas. Oración motivó el primer trabajo publicado en Guarda con el Libro, de lo mejorcito que hay en el sitio. Me pareció original y hasta en cierto trivial sentido, lanzado que esta escritora atenta a las propensiones del imaginario bibliófilo contemporáneo se metiera con las célebres cartas de Rodolfo Walsh, especie de literatura sagrada a la cual no es fácil cuestionarle en la crítica sus reclamos de verdad, en especial si no se es del palo. En aquella reseña escribí que María Moreno podía ser amiga [respondona] de los del palo pero no del palo.

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Banco a la sombra, del que primero se publicó una versión más delgada en 2007 (pág. 7), mantiene la onda transgresora y gozosa, tan distinta de la lengua apolínea – te robé, María – del realismo del siglo pasado que me place, a la que estoy acostumbrado y contra la cual Moreno se expide con sus señales de marca, sus exuberancias. Afirma en los videos que hay de ella en YouTube (no recuerdo si aquí o aquí) que la lengua “denuncista” de los setenta es incapaz de goce y hasta se anima a debatir las finuras de la austeridad borgeana en beneficio del barroco, que le gusta más. Otra lectura – El giro autobiográfico de Alberto Giordano – y una conversación con un joven profesor amigo me ayudaron a ver que más allá de la singularidad de lo que se narra los percances intencionales pero no evidentes del “giro autobiográfico” juegan un papel, digamos que preponderante. (El joven profesor amigo se espantó fiero cuando le pasé una entrevista a la autora en que doblaba la apuesta de David Viñas respecto a la violación como origen de la literatura argentina. Moreno decía que antes de la violación estaba el chupi, el verdadero dar a luz de esa literatura– “¿Qué es esto?”, protestó el joven amigo profesor, a lo Martínez Estrada) Las crónicas de Banco a la sombra son del tipo de lecturas – esas de las cofradías del principio – a las que si se las quiere aprovechar no se las puede tomar como las valijas que pasan por la estación, como aconseja Juan Carlos Onetti. Lo que se infiere como autobiográfico no es sino una representación informada de un personaje de ficción de nombre María Moreno, con sus vivencias y errancias por plazas del mundo. Parecidas a los de la autora María Moreno que ni siquiera se llama María Moreno. ¡Chocolate!

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Por ingenuidad de mi parte y pericia de la escritora no me percaté de una de las estrategias de la autoficción que se distingue de lo real porque se trata de una creación con propósito estético y, en esencia, fictiva. “Venecia sin mi” (159 – 68) es buen ejemplo. En El giro autobiográfico, Giordano revela que Daniel Link le contó que María Moreno nunca estuvo en Venecia (Giordano, 72). Para corroborar mi mala lectura de esta crónica me quedaron como ciertas en primer lugar la mugre de la ciudad y sus aguas estancadas; después los precios exorbitantes de los restaurantes, la ingeniosidad para medrar de sus traficantes de arte y la economía precaria del oficio de escritor o periodista, en este caso de la narradora que gasta mucho de su escritura castigándose con cilicio, uso que desparrama a las otras crónicas del libro. En realidad, el tono juguetón de las crónicas no se condice con la publicidad de la auto flagelación. Más que castigarse la narración se solaza mientras se da con la fusta y se desliza a la coprofilia. En “Plazas de la lengua (Grand Place de Lille, Plaza sin nombre, Plaza del Humilladero)” (121 – 35) la escena de una flatulencia antimperialista dentro de un autobús que pasa justo por la Tour Eiffel vale la crónica, quizá el libro entero (128).

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Banco a la sombra transgrede como había transgredido Oración metiéndose con las cartas de Walsh. Atrevido es también estetizar lo que los demás no quisieran saber de las urgencias cotidianas de una niña discapacitada – “En familia, (Plaza de Djemá el F’ná”) (179 – 223) – u observar y rescatar a un mendigo sin miembros de cualquier especulación de los paseantes sobre cómo se las arregla para lo elemental de la fisiología, o para mandarse los más mundanos de los gustazos, como fumarse un faso – “Suplicantes (Plaza Catalunya)” (137 – 144).

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El recorrido del libro – en mi camino de lector asediado – me pareció provocador, pálido, decadente, con personajes lastimosos, sórdidos, sardónicos, perdedores, perdidos e irredimibles incoherentes navegando en el arte que la austeridad realista repudiaba y tornaba indecible. Cuesta seguir el ritmo, compatibilizar con las diégesis sin temer alguna merma en el discernimiento. Pero ni por asomo es la incomodidad lo que prevalece en esta lectura. Así como lo hace la enunciación de las crónicas, uno puede coparticipar en la fruición por lo escondido, lo íntimo, lo chistoso, lo repelente, lo excesivo, lo vedado; se festeja y cuánto más.

Banco a la sombra, 133 – “Plazas de la lengua (Grand Place de Lille, Plaza sin nombre, Plaza del Humilladero)”

HD

hugodemarinis@guardaconellibro.com

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